Desde el pasado 2 de enero, nos encontramos frente a una de las mayores polémicas en cuanto a reformas legislativas: La Ley Antitabaco. Partidarios y retractores defienden sus argumentos a medida que la tensión va aumentando escandalosamente.
En los últimos días no se habla de otra cosa, y la imagen más repetida es la de los locales públicos repletos de fumadores en sus puertas. La histeria se ha desatado, y yo no dejo de cuestionarme a mí mismo si esta normativa establece prioridades entre los ciudadanos. Como dice el célebre dicho: “La libertad de uno empieza donde termina la del otro”.
Hay algo que puedo asegurar con certeza, y es que a día de hoy no existen los mismos derechos para fumadores y no fumadores.
No es necesario decir que el tabaco es nocivo, todos conocemos sus consecuencias, al igual que somos conscientes del daño que conlleva esnifar cocaína o ingerir alcohol diariamente. Sin embargo, se está llevando a cabo una persecución enfermiza y excesiva que me recuerda ligeramente (y salvando las distancias) al germen del nazismo, a esos momentos previos en los que se señalaba con el dedo al judío y se le miraba de forma diferente, a fin de que todo el mundo supiera su condición. Este gobierno fomenta la delación.
Si a este Gobierno le preocupa tanto ¿por qué no se centra en la raíz del problema y prohíbe el tabaco en su totalidad?.
Y ya puestos porque no prohibimos la prostitución o es que esto no es nocivo o desconocemos que las redes de prostitución obligan a las mujeres a prostituirse bien mediante el secuestro o el engaño. Cuando se trata de engaño, la red les promete un buen trabajo y mucho dinero, les hace firmar un contrato, por supuesto ilegal e el que se comprometen a pagar una cantidad enorme a la que no puede hacer frente con lo que tiene que prostituirse para pagarles. Y que pasa con los anuncios sobre la prostitución en todos los períodicos incluso en el progresista El País.
Y no hablemos de otras muchas cosas…( en breve).
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