Todo empezó con una cagada de paloma en la cabeza a las 7 de la mañana (hora nueva es decir 6 de la mañana de hace dos días), estaba entrando en la cafetería, otra persona que entraba a mi lado me dice “te salvaste”, mira fijamente mi pelo desordenado por el casco de la moto y dice de nuevo, “uy, no, no te salvaste”.
Uno puede anda por ahí, alegremente, sin prestar atención a lo que pasa y de pronto, uno de esos seres vivos, que vuelan indistintamente y sin rumbo por ese cielo azul, generalmente, tienen una necesidad fisiológica perentoria, y sin encomendare a Dios, ni al diablo, abren sus esfínteres en vuelo, sin importarles para nada quien ¡coño! está debajo, en el suelo. Y en este caso, en concreto, era yo.
Cuando salí de trabajar a las 3 le tocó a mi moto. ¡vaya por Dios!.
Uno puede anda por ahí, alegremente, sin prestar atención a lo que pasa y de pronto, uno de esos seres vivos, que vuelan indistintamente y sin rumbo por ese cielo azul, generalmente, tienen una necesidad fisiológica perentoria, y sin encomendare a Dios, ni al diablo, abren sus esfínteres en vuelo, sin importarles para nada quien ¡coño! está debajo, en el suelo. Y en este caso, en concreto, era yo.
Cuando salí de trabajar a las 3 le tocó a mi moto. ¡vaya por Dios!.
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